jueves, 19 de diciembre de 2013

Llamando las cosas por su nombre

En el capítulo 18 del libro de 1 Reyes, el profeta Elías se presenta ante el rey Acab, durante varios años no había llovido y la sequía era grande en Israel. Elías había profetizado esta sequía ante el rey hace algunos años, por lo que el rey lo buscaba intensamente y al reencontrarse, el rey le dijo a Elías "¿eres tú el que turbas a Israel?", acusándolo de la sequía, a lo que Elías contestó "Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales."


Cuan frecuente es en nuestra vida que culpemos a otros sobre las consecuencias de nuestros actos. Cometemos errores y buscamos excusarnos o encontrar fallas y errores en los demás para desviar la atención de nuestra falta y evitar aceptarla. Algunas veces, como Acab, creemos en realidad que las consecuencias que vivimos son culpa de alguien más y no de nuestras propias acciones.


Nuestra actitud debiera ser como la del rey David, que al ser enfrentado por el profeta Natán por el pecado que había cometido acostándose con la esposa de su general Urías, no se excusó ni echó la culpa a la mujer por haberse estado bañando en un lugar donde él la miraría o a que se encontraba insatisfecho o a que estaba desorientado o cualquier otra cosa. Llamó a los cosas por su nombre, reconociendo su falta y sin excusarse ni culpar a nadie de su error, aunque los demás pudieran tener culpa también en la situación.

Si queremos prevalecer en nuestro error es nuestra decisión pero no excusemos lo que hacemos llamándolo de otra forma o culpando a otros.

Si hemos fallado ante Dios o ante alguna persona, reconozcamos nuestro error sin excusarnos, sin culpar a nadie aunque hayan mas involucrados y aunque sean ciertos algunos argumentos. Pidamos disculpas, apartemosnos del mal y llamemos a las cosas por su nombre. Esa actitud es bendecida por Dios y restaura relaciones.